El costo invisible de la IA: Agua, energía y privacidad en juego
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El costo invisible de la IA: Agua, energía y privacidad en juego, Unsplash

El costo invisible de la IA: Agua, energía y privacidad en juego

Por Edmundo Casas , CEO de Kauel, Ingeniero Civil electrónico, MSc, PhD Inteligencia Artificial.

La inteligencia artificial está en todos lados. Cuando pedimos una imagen generada, escribimos un correo asistido por un modelo de lenguaje o interactuamos con un chatbot, activamos una maquinaria invisible que va mucho más allá de lo que vemos en pantalla. Y uno de los costos menos comentados de esta revolución digital es el agua. Sí, agua.

Los centros de datos —infraestructuras masivas donde se aloja y procesa la inteligencia artificial— requieren enormes cantidades de energía. Pero lo que muchas veces se pasa por alto es que también necesitan millones de litros de agua para funcionar. ¿La razón? Los servidores que realizan los cálculos que permiten nuestras interacciones con la IA generan calor y necesitan ser enfriados constantemente para operar sin interrupciones.

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Edmundo Casas, PhD Inteligencia Artificial, MSc, MBA, Ingeniero Civil Electrónico, creador de Casas Lab y fundador de Kauel. - Gentileza

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En algunos casos, el consumo hídrico de estos centros alcanza cifras comparables al de ciudades pequeñas. Y la paradoja es evidente: muchas veces estas instalaciones se ubican en zonas donde el agua es escasa, lo que añade tensión a comunidades ya afectadas por sequías o restricciones.

Pero no es solo agua. La IA también consume otro recurso estratégico: energía . A medida que los modelos de IA crecen en complejidad y capacidad, también lo hace su demanda energética. Entrenar y operar un solo modelo de lenguaje de gran escala puede requerir más energía que la que una persona promedio consume en años . Y a medida que más industrias adopten estas herramientas para optimizar procesos, crear contenido o automatizar decisiones, el consumo energético del ecosistema digital seguirá aumentando de forma sostenida .


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La ecuación es clara: más IA = más procesamiento = más energía = más necesidad de enfriamiento = más agua . (Por eso, una buena idea para paliar esto, es instalar centros de datos de IA en zonas frías).

Y el tema no se agota en lo físico. También está lo intangible, pero igualmente crucial: los datos.

El auge de la IA ha traído consigo una creciente dependencia de nuestros rastros digitales. Cada texto, imagen, búsqueda o conversación puede convertirse en parte del entrenamiento de un sistema. Esto no sólo plantea dudas sobre privacidad, sino que redefine lo que entendemos por consentimiento, propiedad intelectual y límites del uso de la información personal.

Este escenario plantea una paradoja incómoda: en nuestro entusiasmo por automatizar, crear y optimizar, podríamos estar generando impactos invisibles, pero profundos sobre recursos que creíamos intocables. La IA no es "limpia" por defecto. Tiene huella hídrica, huella energética y, cada vez más, huella ética .

En un país como Chile , donde la crisis hídrica ya no es solo un problema del futuro sino una realidad diaria, este tema cobra especial relevancia. En paralelo a la instalación de infraestructura digital avanzada, deberíamos estar discutiendo con igual urgencia cuáles son los modelos de desarrollo que queremos priorizar , cómo se protege la información de las personas y qué compromisos asumimos como sociedad ante el uso de estos sistemas .

Porque en este nuevo mundo, el recurso más valioso no es solo el dato.

Es el agua.Es la energía.Es la privacidad.Es el equilibrio.